domingo, 23 de agosto de 2015
Un Hombre Muy Hombre.
Soy un hombre muy hombre. Me gusta sentirme macho y hago ostentosidad de mi masculinidad siempre que puedo. Sí. De hecho, entré en el ejército con dieciséis años y lo dejé a los cuarenta, obligado por una lesión. Desde entonces, entreno cuanto puedo en un gimnasio cercano a mi casa y entreno a chicos en el noble deporte del boxeo. Puede decirse que soy un macho ibérico de los de toda la vida.
Estoy felizmente casado con una mujer que sabe perfectamente quién lleva los pantalones en casa y con dos hijos que también saben a qué atenerse cuando no se comportan como es debido. Por supuesto, tengo una amante, con la que me desfogo cuando mi mujer no me da lo que yo necesito. Porque el sexo solamente es sexo de verdad con otra, nunca con la propia. Eso lo aprendí de la vida, que me ha dado muchas bofetadas y sé bien esquivarlas o encajarlas, como más me convenga. En definitiva, soy un hombre bien hombre.
Pero, de vez en cuando, un par de veces al año, tres todo lo más, me convierto en mi otro yo. Cuando llega ese día, le cuento una milonga a mi mujer, me invento un congreso de balística o de artillería de corto alcance y me voy un fin de semana fuera de la ciudad. Hago un escueto equipaje y voy al trastero, donde guardo una caja cerrada con un candado. Mi mujer cree que guardo armas dentro de ella, pero en realidad, guardo una minifalda roja, un top negro, un liguero, unas medias, unos zapatos de tacón, una peluca y maquillaje.
Voy hasta un hostal de otra ciudad y me acicalo convenientemente. A medianoche, salgo a caminar por las calles más céntricas, pero sin acercarme a las prostitutas, porque se enfadan mucho si las nuevas le levantan el negocio.
Siempre encuentro entonces a un hombre que me haga sentir mujer. Cuando lo encuentro, no quiero afeminados, ni sarasas. Quiero hombres tan hombres como yo cuyas vergas puedan sorprenderme por lo gruesas o lo largas. Quiero acariciarles ese mástil durísimo con delicadeza, pasar mis dedos por sus testículos y masturbarlos lentamente. Me gusta pasar la lengua por el agujerito de sus miembros y notar ese líquido preseminal que brota de ellos.
Soy un gran devorador de pollas. Me gusta entretenerme en el sexo oral, postergar el orgasmo, con largas chupadas en las que esos penes gigantescos entran en mi boca hasta atragantarme, combinadas con cortas succiones del glande, frotando con fuerza mi mano en los huevos de mi compañero. Si lo desea, puedo lamerle sus testículos, el periné y el ano. Solo cuando está que ya no puede más, cuando la respiración de mi hombre se convierte en un jadeo constante, solo entonces me preparo para recibir mi premio.
Subo y me acurruco junto a mi hombre y empiezo a masturbarlo mientras chupo sus pezones, lamiéndolos y atrapándolos entre mis labios mientras mi mano sube y baja por toda su polla, sin detenerme. Conforme siento su orgasmo llegar, voy bajando con mi lengua por su abdomen, su vello púbico, hasta que atrapo su glande entre mis labios y recibo toda su leche en mi boca y mi cara. Gozando de esa explosión de calidez y humedad. Gritan como locos, seguro que ningún putón hembra les ha proporcionado jamás tanto placer solo con boca y manos. Cuando han terminado, juego con su semen, lo derramo de nuevo sobre sus penes y lo vuelvo a recoger, sin dejar ni rastro, recogiendo también cualquier gota que haya escapado de mí con antelación.
Me dedico a eso durante un rato, esperando a que su verga vuelva a estar en funcionamiento y sigo chupando hasta que está completamente dura. Entonces me tumbo sobre la cama y abro mis piernas para mostrarles mi ano. Siento cómo se abalanzan sobre él y, casi aplastándome, me penetran sin ningún cuidado. Suponen que soy un marica acostumbrado a esos vicios y el dolor es lacerante, pero más excitante que nada que yo conozca. Siento como si me rompieran en dos, como si todas mis venas fueran a estallar, mientras ellos me agarran de las piernas, los hombros o donde sea y no paran de moverme, de arrastrarme hacia ellos. Cada vez voy sintiendo más y más trozo de carne dentro de mí y cada vez está más caliente y más dura.
A veces me masturbo, pero muchas otras no lo necesito. Sintiendo esos pollones dentro de mi culo y el aliento de mis hombres cada vez más agitado, empiezo a eyacular y a gritar de placer. Casi instantáneamente, ellos se corren también, llenándome de leche el recto, hasta que quedan completamente exhaustos y me preguntan qué les debo.
Entonces, les digo que es gratis, que a los machos bien machos, no hay dinero que pueda pagarles. Y regreso a mi vida normal, bien satisfecho. Soy tan hombre como el que más.